Don Silvestre Intaschi nació en el invierno de 1884, en la Provincia Lucca. Toscana, fue un 2 de febrero, apenas el sol comienza a asomar en las montañas de los Alpes Apuanos...,... la madre Rosa Carli y el padre Pedro Intaschi, reciben también la luz de un nuevo hijo en su pueblo, Pomezzana.
Son las diez y cinco de la mañana. Es varón y lo llamarán Silvestre. En "San Sisto", la iglesia del pueblo, fue bautizado, y años mas tarde tomó la primera comunión, conservará este recuerdo toda la vida en una medalla conmemorativa que siempre llevo consigo. En la misma parroquia realizó sus estudios escolares y musicales.
Son las diez y cinco de la mañana. Es varón y lo llamarán Silvestre. En "San Sisto", la iglesia del pueblo, fue bautizado, y años mas tarde tomó la primera comunión, conservará este recuerdo toda la vida en una medalla conmemorativa que siempre llevo consigo. En la misma parroquia realizó sus estudios escolares y musicales.
Ya de muy joven Silvestre colaboró en las tareas de cultivar la tierra y luego se dedicó a los trabajos de construcción. Muy tempranamente se trasladó a Carrara donde trabajó en las canteras del famoso mármol. Posteriormente se dirigió a Ginebra, Suiza, desarrollando trabajos en la construcción, especialmente en la tarea de realizar y restaurar fachadas.... Va templando así, en la fragua de la vida su temperamento. Batallando contra la soledad y la nostalgia, pergeña su destino de futuro inmigrante.
Se supone que embarcó en el puerto de Génova con destino a Buenos Aires a principios del siglo XX, (1905 ó 1906). Desde la capital de Argentina se dirigió a Mar del Plata en ferrocarril.
La travesía transatlántica la realizó solo. Silvestro se alejaba lentamente de su tierra, con cada latido de la caldera de la nave. Se sumaba mas agua entre su vida y la de sus padres y hermanas: Fulvia, Palmira y Rosa, la menor; que quedaron para siempre en Italia. Sus dos hermanos mayores, Horacio y Guillermo lo esperaban en su destino, Mar del Plata.
Después del mar, de ese mar que lo separa de su lejano pueblo natal, otra vez la tierra y el asombro. La tierra argentina y el asombro al ver ese campo sin límites que se funde con el cielo, igual que el mar, allá en el horizonte. Verde infinito, increíble, inagotable; durante horas y horas se pierde su vista en esa inmensidad, mientras pasa el paisaje por la ventanilla del tren, que avanza y avanza, ahora, con cada latido de la caldera de la locomotora.
Ya en Mar del Plata, vive un tiempo en casa de su hermano Horacio, en la calle Salta 3100. Luego tiene su casa propia en la calle 25 de Mayo 5200. Después vivió en Av. Independencia 2700 y posteriormente en la calle Dorrego 2685.
Ya con tres años de residencia en la ciudad, sus ojos claros y bondadosos reparan en la que seria su esposa, Filomena Penzin, italiana de Treviso, con quien contrae matrimonio el trece de febrero de 1909. Luego, fueron llegando sus cuatro hijos, la primera Alina y luego Pedro, Filomena y Fernando Luis.
En ese mar de la vida, los hijos aprenden a no naufragar. Pasan dientes de leche y escuelas, descubriendo a su tiempo cada uno su camino, estudios, trabajos, casamientos y familia.
En ese mar de la vida, los hijos aprenden a no naufragar. Pasan dientes de leche y escuelas, descubriendo a su tiempo cada uno su camino, estudios, trabajos, casamientos y familia.
Con su clarinete, compañero del largo viaje desde Pomezzana, en los primeros tiempos se incorpora a una banda musical de compatriotas. Luego en el campo fue un buen cocinero para los trabajadores, en las cosechas. Después, ya dedicado por su cuenta a la construcción, realizó innumerables obras, que recorría con su bicicleta. Fueron muchas casas en distintas zonas de la ciudad y de distinta categoría, muchas de ellas de sencilla resolución, como las llamadas aquí "casas chorizo", donde los inmigrantes y obreros que las habitaban establecían sus hogares formando sus familias. También fue contratado para realizar numerosos frentes de chalets típicos de la ciudad. Según relatos de su segunda hija, Filomena que en la actualidad cuenta 93 años, realizó con su hijo Pedro, la primitiva obra de la capilla del "Divino Rostro" en las calles Almafuerte y Sarmiento.
Su carácter fue apacible, bondadoso y emotivo, que al hablar de su tierra, de su Versilia, sus ojos demostraban su emoción con lágrimas que no podía contener, mientras se entrecortaba su voz. Silvestre, don Silvestre para los vecinos, cultivó su huerta, sus tomates y, muchas amistades de distintas nacionalidades. Muchos de sus paisanos supieron de su bondad, compartiendo su generoso hogar, al llegar a estas tierras.
La vida de don Silvestre en ningún lado está mejor escrita que en su propio rostro. Sus rasgos de bondad traducen su corazón, las arrugas de su frente hablan de mares y montañas lejanas, de los vientos del invierno y los soles del verano, en sus grafismos se confunden alegrías y penas, trabajo y soledad. La soledad de lo suyo propio, de su amor, muerta en tierra de sus hijos.
Transcurren los años. Se cumple una etapa en la familia y el trabajo. Junto con la nostalgia de aquella tierra distante, ahora doblemente acrecentada por Silvestre y su esposa Filomena, comienza a nacer la ilusión de volver. Crece y crece el deseo. Venden la casa.. parte grande del esfuerzo y el amor hecho hogar. Todo listo para el gran viaje, el caro sueño de ver nuevamente la querida Italia, ahora con sus hijos. La máxima ilusión se está por cumplir....Año 1922... Pero la sombra...la fría sombra, cae de pronto, traicionera, y cuando todo pasa, la Nonna Filomena descansa para siempre en la paz de esta tierra de América.
El dolor lacera el alma de don Silvestre, sus ojos lo reflejan con la mirada perdida en el humo azul de su pipa, que se diluye en el aire, como sus ilusiones y las imágenes sin vida de sus recuerdos......
El dolor lacera el alma de don Silvestre, sus ojos lo reflejan con la mirada perdida en el humo azul de su pipa, que se diluye en el aire, como sus ilusiones y las imágenes sin vida de sus recuerdos......
¡Que lejos!....Que imposible de alcanzar esta Italia. Nunca regresará.
Don Silvestre comenzará a sumar vidas a su vida, con sus trece nietos que lo convierten en el Nonno Silvestre. Años después pudo ver a los primeros bisnietos, que fueron veintidós. Entre sus nietos y bisnietos se fueron graduando diez profesionales universitarios. La vida trajo posteriormente a sus dieciocho tataranietos.
Su vida transcurrió siempre en trabajo y prodigándole cuidados a su huerta en los fondos de su casa, donde la parra y el limonero eran un símbolo, pero donde reinaban los rojos y redondos tomates. Reinaban y tentaban a sus nietos a comerlos subrepticiamente a la hora de la siesta Los años han pasado.
Los trabajos ya quedan con los recuerdos, solo la huerta persiste en el quehacer diario con su andar sereno. Y.. .los tomates.. .son el símbolo de su voluntad y laboriosidad que perdura más allá de los años, como el último bastión que hay que defender hasta el fin.
Tiene 84 años. ....Invierno de 1968. Mar del Plata. Argentina.
El día vigésimo octavo, del octavo mes del año. Silvestro... su cuerpo, regresa a la Tierra, y su alma, su bella alma, a la Luz..., Tal vez de sus montañas allá en la Versilia....
El día vigésimo octavo, del octavo mes del año. Silvestro... su cuerpo, regresa a la Tierra, y su alma, su bella alma, a la Luz..., Tal vez de sus montañas allá en la Versilia....
Partes extractadas del relato inédito "Silvestro de la Vesilia" de Luis J. Intaschi.-
Con afectuoso agradecimiento por la inestimable colaboración de:
Sra. Filomena Intaschi
Sra. Alicia Noemí de la Riva Intaschi.
Sra. Teresa Dalla Costa de Intaschi
Sra. Marta Elsa de la Riva Intaschi.
Sra. Marta Intaschi
Sr. Leonardo Calcagno Técnico y fotógrafo restaurador de las antiguas fotografías.
A los presentes en el recuerdo: Alina, Pedro y Fernando Luis Intaschi